sábado, 22 de febrero de 2020

Una Reflexión sobre Meteoritos y Otros Objetos del Espacio

La permanente irrupción en la atmósfera de la Tierra de objetos provenientes del espacio (como el que atravesó suelo mexicano hace tres días y se aprecia en el primer video, o el que cayó en Rusia el año 2013 y se aprecia en el segundo) es un constante recordatorio de dos cosas.


La primera es que nuestro planeta no es el paraíso del que nos habla la religión, según la cual fue creado por Dios para que el hombre viviera pacíficamente y gozara de él. Más bien es un lugar expuesto a múltiples riesgos, tanto por los fenómenos que le son propios (terremotos, glaciaciones, sequías, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones, huracanes, tornados, etc) como por los originados en el espacio. Esos riesgos pueden ser de niveles catastróficos y hasta de extinción.


La segunda es que ante la ocurrencia de cualquiera de esos terribles hechos no ha habido ni habrá ningún poder divino que nos proteja, como lo comprobaron los dinosaurios que sucumbieron al asteroide caído en la península de Yucatán hace 60 millones de años, o las miles de especies de seres vivos extinguidas en los múltiples eventos cataclísmicos padecidos por nuestro planeta.

La única forma de intentar evitar los desastres o el exterminio será continuar desarrollando al máximo nuestra ciencia y tecnología. En el caso de meteoritos o asteroides, ellas nos permitirán detectarlos cada vez con mayor anticipación y tomar medidas preventivas (actualmente nos siguen cogiendo totalmente desprevenidos), o llevar a cabo acciones mucho más radicales y desesperadas, como tratar de desviar su trayectoria, o de destruirlos antes de su llegada.

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