En los lanzamientos de cohetes espaciales, las cámaras filmando cada detalle del proceso son fundamentales, pues gracias a ellas se puede conocer qué ocurrió en este, cómo funcionaron los diversos componentes del vehículo y qué fallas ocurrieron, para evitarlas en lo sucesivo.
Esas cámaras fueron las que permitieron, por ejemplo, detectar lo que ocurrió en las terribles tragedias de los transbordadores Challenger y Columbia, en los años 1996 y 2003, respectivamente.
Durante los primeros lanzamientos, estas herramientas de visualización se ubicaban muy cerca del lugar y eran operadas directamente por personas (lo que resultaba muy peligroso). En la actualidad, en cambio, se ubican a distancias prudenciales, ayudadas por el hecho de que en realidad son potentes telescopios móviles que siguen de manera automática la trayectoria del cohete. También se utiliza cámaras de aviones especializados situados a gran altura.
Y su miniaturización ha permitido instalar un enorme número de ellas casi en cada rincón de la nave, para no perder de vista ningún detalle, conocer en tiempo real y en alta resolución sus prestaciones y, con esa valiosa información, mejorar su diseño y construcción. En la misión Apolo 11, por ejemplo, se empleó 201 cámaras, que permitieron observar desde la partida del fabuloso Saturno V hasta el aterrizaje del módulo lunar Eagle.
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