Abrumados por la creciente certeza que va logrando la ciencia acerca del universo y su origen, y el incontenible debilitamiento que esto supone de todas las historias sobre la creación narradas en la biblia y otros documentos o referencias de cualquier religión, los teístas están intentando dar vuelta al debate.
Así, ahora están insinuando que, al margen de cómo hayan sido realmente las cosas, Dios siempre debe ser considerado el gran creador. No importa que no haya sido igual al personaje del que nos hablan las imágenes e historias religiosas. Aunque no sea nada de eso, dicen, sino sólo una gran energía, igual sigue siendo Dios, y por ende hay que adorarlo.
Pero una creación de este tipo también echaría por tierra todo el entramado teórico y doctrinario imaginado por los teístas, que se basa en un dios de amor, que vela por las personas y al cual hay que ofrecerle plegarias e implorarle milagros.
Es que un creador de ese tipo (por ejemplo "una energía creadora") no sería en absoluto el dios de bondad que ellos se imaginan, sino simplemente una super entidad físico-química creadora de elementos, objetos y seres, e insensible e indolente ante todo pedido de los humanos (indolencia que se comprueba cada segundo de nuestra existencia, con todo tipo de desgracias por doquier, pese a los millones de súplicas de las personas devotas, de los sucesivos Papas y de todo tipo de jerarcas religiosos). Es decir, la situación sería igual que si no hubiera Dios.
No tiene sentido, pues, defender una presencia "divina" de ese tipo. Mucho más honesto, lógico y racional es asumir plena y cabalmente que Dios no existe, y que somos simplemente una insignificante casualidad del destino y de la evolución. Insignificancia que no impide que tengamos un paso digno por este enorme y descomunal universo.
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