El pensamiento científico, producto de la evidencia y el análisis riguroso, está permitiendo dejar atrás a un Dios emergido del pensamiento mágico que primó en las épocas remotas.
El hombre creó a Dios ante sus miedos y ante el afán de encontrar respuestas a sus innumerables dudas. Pero ahora, gracias al conocimiento, está hallando las respuestas que necesitaba, y por eso se está apartando cada vez más de la idea divina. Y eso no tiene nada de malo, pues la virtud no le viene en absoluto de lo divino, sino de su propia convicción y actitud como ser humano y de un adecuado discernimiento basado en la razón.
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