Una máquina que siempre esté en funcionamiento, propulsada por su propio mecanismo y sin necesidad de una energía externa que la mueva, siempre ha sido el sueño del hombre, pues permitiría desarrollar miles de actividades sin necesidad de consumir nueva energía.
Lamentablemente, ese formidable sueño es imposible, pues colisiona con dos o más leyes de la termodinámica, la primera de las cuales dice que la energía no puede ser creada ni destruida, sino únicamente transformada.
Por ende, no se puede obtener más energía de la que se emplea como insumo. Las fabulosas máquinas autopropulsadas anheladas por el hombre no servirían para dotar de fuerza motriz a ninguna industria ni actividad ajena a ellas, pues dejarían de funcionar.
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