El hombre tiende a pensar que es así. Pero la vida ha demostrado que se trata de una esperanza totalmente vana, pues Dios no se ha manifestado jamás, en ninguna forma, si siquiera para atender los ruegos más desesperados de la gente más buena, más noble y más creyente. ¿La ignora porque es malvado o indolente? No. Simplemente porque no existe.
Lo racional es entender que esa esperanza debe ser depositada en la buena voluntad, las capacidades y la fuerza anímica del ser humano, y no en abstracciones de las que nunca se va a obtener respuesta alguna. ¿Es pretencioso y soberbio y pensar en esos términos? Para nada. Es simplemente la respuesta lógica, humilde y honesta ante la constatación de que en el mundo no hay nada, aparte de nuestra propia inteligencia, fuerza de voluntad y espíritu de lucha, que nos pueda apoyar frente a las adversidades. Estamos solos y somos muy insignificantes, pero eso no nos impide seguir luchando valientemente, sin rendirnos e intentando sobrevivir.
El hecho de que el hombre quiera creer que hay un ser que lo cuida es la prueba de que él inventó a Dios, para procurarse un remanso mental que lo pusiera siquiera imaginariamente a salvo de los numerosos peligros que tiene el mundo y que en muchos casos terminan con la muerte.
No se puede negar que cuesta muchísimo cambiar ese chip que tiene miles de años instalado en la mente humana y que es machacado todos los días por una prédica incesante, pero lamentablemente carente de todo sustento. La tarea es titánica, pero realista y honesta, y por ende vale la pena apoyarla.
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